martes, 14 de mayo de 2019




QAYAQPUMA

EN LA RUTA DE LAS PIEDRAS QUE HABLAN


por: Cristian López Espinoza
(Fuente: Revista APU nº8)

En el mes de junio del año 2011, visité por primera vez la ciudad de Cajamarca, mi objetivo era realizar una investigación artística e histórica in sitú relacionada con las culturas preincas y, de entre todos los panoramas culturales y arqueológicos que ofrece la ciudad de Cajamarca, una de las cosas que no podía dejar de conocer era el APU QAYAQPUMA.

Desde el mirador de Santa Apolonia, se visualiza en su totalidad el valle donde se emplaza la ciudad rodeada por hermosas montañas, testigos geológicos de un pequeño suspiro de tiempo, y de un periodo de casi quinientos años donde querámoslo o no, se trazó la historia del presente y el futuro.
De entre todas las montañas tutelares que rodean Cajamarca, el Apu Qayaqpuma sobresale por su inigualable y poderosa presencia, se levanta como una gran roca magnética en el paisaje y se asemeja a un felino petrificado durmiendo un sueño profundo y milenario.

A los pocos días de haber llegado a la ciudad, emprendí mi destino a Baños del Inca, no para deleitarme de sus aguas térmicas y medicinales, sino para ver el Apu de más cerca y visitar la cueva de Puma Ushco y deleitarme con un poco de pintura rupestre paleoindia. Mi formación como artista plástico en cierta forma me obligaba a visitar uno de los mayores complejos de pintura rupestre del continente. Caminé desde Baños del Inca por el carretero que va rumbo hacia Llacanora hasta la entrada de Huaira Pongo, desde allí el Apu se muestra en todo su esplendor, después de caminar treinta minutos por el camino que va orillando los pies de las laderas del Apu, llegué hasta un cartel que anunciaba la proximidad de la cueva, desde el carretero la cueva se ve imponente, enclavada en los pabellones de piedra que le dan al Apu la característica formación  lítica propia de los macizos de arenisca vitrificada y cuarcita. Subí por una escalinata de piedras, a simple vista se notaba que había vestigios antiguos por los alrededores, piedras labradas fundamentalmente, además de otros caminos de piedra que se cruzaban entre sí. Al llegar a la cueva, la cual se encuentra a ciento cincuenta metros por sobre el carretero, el entorno estaba completamente desolado y sin ninguna protección. La cueva es impresionante y debió ser magnífica como abrigo de alero rocoso para sus moradores hace miles de años atrás, lo único y gravemente malo es que se encuentra completamente intervenida con rayados y grafitis, que como iconoclastas atentados han destruido un patrimonio artístico y arqueológico invaluable.

Según el catastro realizado por Alfredo Mires Ortíz, el más acucioso investigador del Apu Qayaqpuma, cuya labor se remonta por casi treinta años, afirma que él ha catastrado más de tres mil pinturas, entre los tamaños que van desde los dos centímetros y medio y los cinco metros y medio. En lo personal creo reconocer que la lámina número uno de una de sus publicaciones, es la pintura que alguna vez estuvo sobre la entrada de la cueva y que hoy está completamente intervenida.
Esa noche de vuelta en el campamento de Laguna seca, recostado dentro de la carpa sobre la bolsa de dormir, elucubrando sobre los sucesos del día, completamente decepcionado por el acontecimiento en la cueva, planifiqué un ascenso al Apu para el día siguiente a primera hora, esta vez por el sector de Huaira Pongo, y decidí comenzar el ascenso frente al destacamento militar Zepita n° 7.

Ascendí completamente decidido en busca de la cima por cada una de las crestas y dibujé el contorno del Apu a escala humana, observando el paisaje desde lo alto. A los pies de la ladera sur se encuentra el valle verde de Huayrapongo y el Río Cajamarquino, y bajo la ladera norte el caserío de Shaullo. El Apu está orientado en el sentido de la elíptica que describe el astro sol sobre la cúpula celeste. A medida que sigo ascendiendo comienzo a tomar conciencia del lugar en el que estaba, era mi primer acercamiento real al Apu, conocía de la afición de los pueblos ancestrales andinos por los santuarios de altura y este lugar en el que estaba comenzaba a tomar la forma de uno de ellos. Inmediatamente mi percepción del entorno cambió y comencé a sentir el poder de la montaña en todo alrededor, concentrado en el ascenso de pronto como una aparición ante mí a un par de metros, un hermoso colibrí azul de cola larga y espatulada se posó suspendido en el aire por una fracción de segundos sobre una de la infinidad de flores que abundan por doquier, cuando de súbito dio un giro repentino, y continuó con su vuelo fugaz de flor en flor, dejando un halo azul en el aire que como un efecto retiniano se caló hondo en mi pupila. Lo seguí por unos minutos mientras continuaba trepando entre los pabellones de piedra, siendo testigo de su singular festín.

 Esta pequeña ave maravillosa como un mensajero de luz me condujo de flor en flor hasta el santuario en la cima. Estando allí, rodeado de formaciones zoolíticas, me sitúo en el lugar y siento las plantas de mis pies posados sobre la tierra húmeda, y comienzo a reconocer a los guardianes que custodian el recinto, los cuales se erigen hacia el cielo como verdaderos megalitos rebosantes de fuerza y energía. Identifico entre las formas, felinos, reptiles, pájaros, serpientes. Todo el panteón totémico andino representado en impresionantes estructuras de piedra de grandes dimensiones.   En medio del lugar trato de reconocer la piedra que está más alta y por sobre todas las demás, logrando reconocer una, me dirijo hacia ella y trepo por una especie de gradas talladas en uno de sus costados y para mi sorpresa sobre ella encuentro dos tacitas talladas sobre la superficie de la roca, una de ellas circular y la otra ovalada de no más de diez centímetros de diámetro y un poco menos de profundidad, inmediatamente constato las formaciones rocosas que la circundan y completan todo el complejo y cada una de ellas pareciera que tiene una función dentro del lugar, hasta ese momento no había encontrado ninguna pintura pero no tenía ninguna duda de que más allá del valor patrimonial arqueológico, el lugar en sí mismo tiene un poder especial. Me encontraba ensimismado en las formaciones líticas, estaba a la altura de la cueva, pero por la cima del Apu, por lo tanto ésta, debía de estar a unos cuantos cientos de metros más abajo

Comencé a descender por entre los pabellones de piedra, calculando coincidir con el lugar donde estaba la cueva y en un abrir y cerra de ojos me encuentro de sopetón en una de los paredones de un pabellón de roca, una maravillosa pintura. El panel de no más de metro y medio de alto, por unos cuatro metros de largo, termina en la esquina de una impresionante grieta en la roca. En color rojo marrón una figura antropomorfa con un tocado en la cabeza y los brazos abiertos de no más de cuarenta centímetros corona la escena rodeado de camélidos, rombos y círculos, además de otras figuras antropomorfas secundarias, entre rojos, ocres y marrón. Es una pintura espléndida y está intacta. Cerca de ella,  a unos cien metro más expuesta en cambio, hay otra pintura de igual importancia, pero tiene intervenciones y rayados, la primera, la que describe al personaje del penacho, al estar entre los pabellones de piedra está más protegida de los atentados, lo cual es de gran importancia para la preservación y conservación de las pinturas. No me cabe ninguna duda de que el Apu Qayaqpuma fue durante milenios un gran centro ceremonial, lo atestigua el gran patrimonio cultural, arqueológico, artístico, antropológico, geológico, natural y paisajístico, que allí se encuentra, y es eso justamente, lo que lo hace constituirse en la Pacarina donde se gestó el origen de la cultura Caxamarca, por lo mismo, un lugar así, es memoria e identidad, es presente y es futuro.